Era 1519, Hernán Cortés había llegado a la ciudad-estado de México, situada en una isla, en medio del lago Texcoco, y fue recibido por el emperador Moctezuma que lo alojó, junto con sus compañeros, en el palacio que había pertenecido a su padre. Ya instalados y descansados se dedicaron a recorrer la gran urbe habitada por unas 100.000 almas.
El recorrido les provocó diversas y encontradas impresiones. De deslumbramiento ante la belleza de las pirámides ceremoniales, pero de horror ante el hecho de que en ellas se sacrificaban cientos de seres humanos a los dioses. De admiración por el sistema de calzadas que unían la isla con tierra firme, y por las calles y canales interiores que comunicaban los distintos barrios. Finalmente, de asombro y deleite ante el gran mercado o tianquiztli del cual Cortés hizo una colorida descripción al rey Carlos V:
Ocupaba un espacio cuyo tamaño duplicaba el de la plaza de Salamanca, la mayor de España. En él se reunían diariamente cientos de mercaderes; algunos eran de México, pero otros provenían de poblaciones vecinas o de lugares tan lejanos como Yucatán y Guatemala. Eran alfareros, plateros, joyeros, zapateros, carpinteros, fabricantes de esteras, herbolarios, boticarios, hilanderos, fruteros, verduleros, vendedores de salvajina, de pescado e incluso de carne humana pues la antropofagia era usual entre los aztecas.
Se venden cuantas cosas se hallan en toda la tierra sintetizaba el asombrado Cortés, entre ellas, una muy curiosa: la hienda -excremento humano- usado para curtir cueros. Agreguemos que también se vendían seres humanos como relata el soldado Bernal Díaz del Castillo: vendían indios esclavos y esclavas… traían tantos de ellos a vender… como traen los portugueses los negros de Guinea, e traíanlos atados a unas varas largas, con collera a los pescuezos, porque no se les huyesen… El comprador los usaba como fuerza laboral pero, a veces, los destinaba al sacrificio humano que se consumaba en la imponente pirámide ceremonial que se levantaba al centro de la ciudad.
Teresa Piossek Prebisch