Poco suele hablarse de la mortandad que se producía entre quienes viajaban de España a Indias que, antes de llegar a su destino americano, pasaban por varias pruebas de supervivencia.
La primera era el viaje transoceánico durante el cual padecían la amenaza de naufragios; de ataques de piratas y corsarios; de enfermedades provocadas por la mala alimentación -como el escorbuto-; por el hacinamiento; por plagas transmitidas por ratas, pulgas, piojos, chinches y cucarachas que superaban en varias cifras el número de los humanos; por la falta de higiene a la que contribuirían los animales originarios del Viejo Mundo que se llevaban en las naves: caballos, vacas, gallinas, etc.
Y cuando el viajero llegaba a las Indias le esperaba la segunda prueba de supervivencia ya que desembarcaban en puertos situados en tierras calientes como Santo Domingo, La Habana, Veracruz, Cartagena, Nombre de Dios o Portobello donde a menudo contraían enfermedades endémicas como la malaria. A aquellos que viajaban al Perú les aguardaba otra prueba más: atravesar el Istmo de Panamá una de las regiones más malsanas del mundo, para llegar al Océano Pacífico donde volvían a embarcarse rumbo a su destino. Es decir, que había una implacable selección natural a causa de la que, según algunos investigadores, moría el 15% de los viajeros, según otros, el 25%.
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