El viaje transoceánico entre España e Indias era una experiencia sacrificada. En primer lugar, las naves estaban pensadas sólo para llevar tripulación y carga, no los 20 o 30 pasajeros que solían embarcarse. Entonces, ¿dónde se acomodaban éstos? En algunas pocas naves existían cámaras para 12, 6 o 3 personas, pero a veces tocaba lo que le tocó al oidor Eugenio de Salazar que viajaba con esposa y dos hijos, quien debió contentarse con una camarilla que medía 0,63m. de altura y 1,05m. de largo. ¿Y qué ocurría con los pasajeros que no podían darse el “lujo” de una cámara? Se ubicaban en algún lugar de la cubierta donde pasaban el día, comían y dormían apretujados, sometidos a la intemperie pues sólo en caso de tempestad les permitían bajar a la sentina que, por otra parte, siempre estaba maloliente. Muy pocos lograban gozar de un espacio en la cabina del capitán, pero este privilegio era sólo para funcionarios o grandes personajes.
Uno de los aspectos más desagradables del viaje era la falta de intimidad ya que todo se hacía a la vista de los restantes viajeros, incluso las necesidades en las letrinas ubicadas a cielo abierto, o bien en las ballesteras destinadas a hacer disparos de artillería que así adquirían una nueva función.
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