A partir del segundo viaje de Colón ocurrido en 1493, comenzaron a llegar a América frailes misioneros para cumplir con el propósito de evangelizar -es decir, de convertir al cristianismo- a sus habitantes a quienes el descubridor denominó indios creyendo haber arribado a la India.
El sistema para evangelizar pensado por los frailes era crear escuelas para niños indios, pero para hacerlo debían superar el serio obstáculo de que ignoraban la lengua de aquellos que debían evangelizar por lo que aprovecharon toda oportunidad de aprenderla y un día, en México, se les presentó una que merece contarse:
En un pueblo donde habían abierto una escuela-internado para niños indios, vivía una señora española, viuda, madre de dos hijos pequeños cuyo cuidado encomendó a los frailes misioneros. A los dos españolitos, como a todos los niños del mundo, les gustaba jugar por lo que pronto se hicieron amigos de los compañeros indiecitos y, entre jugarretas, misas, rezos y clases de catecismo, aprendieron su lengua: la náhuatl hablada en México. Los frailes vieron en esto una oportunidad muy valiosa y tomaron a los dos españolitos como maestros lo que resultó un gran acierto porque les permitió armar una especie de diccionario y gramática que les ayudó muchísimo a cumplir la labor evangelizadora.
Por su parte, los niños indios compañeros de los dos españoles, comenzaron a aprender el español gracias a ellos y, con el pasar del tiempo, al hacerse mozos, varios se transformaron en colaboradores de los frailes en la tarea de enseñanza y evangelización.
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