jueves, 15 de enero de 2015

Una extraordinaria revolución en el transporte colonial

Como sabemos, en América prehispánica no había animales de tiro y carga; tampoco se conocía la rueda, de allí que el transporte de bienes y hasta de personas se hacía a espaldas de ser humano: eran los indios cargueros que habitualmente cargaban entre 30 y 40 kilos; a veces, 60. Imágenes de ellos  abundan tanto en la iconografía azteca como en la peruana.
El único animal carguero americano era la llama, pero sólo existía en el área andina,  aguanta no más de unos 25 kilos de peso  y se cansa pronto; incomparable su resistencia con la del burro, la mula o el caballo traídos por los conquistadores. Este último podía cargar un guerrero con toda su armadura y armamento;  además, galopar y batallar con todo el esfuerzo de marchas,  contramarchas, frenadas  y acometidas que esto exigía; no sin motivo los aborígenes quedaron estupefactos ante su presencia. Sin embargo, lo que produjo en América una revolución extraordinaria en el transporte, durante el período colonial,  fue la carreta.
Se centro principal de construcción en todo el Virreinato del Perú estaba en Tucumán gracias a la abundancia de buenas y corpulentas maderas  que ofrecían sus selvas. Cargaba hasta dos toneladas, transportaba mercadería y, a veces, pasajeros. También cargaba botija con agua, leña para cocinar, más herramientas y maderos para hacer reparaciones.
Las ruedas tenían 2,15m. de diámetro. Su pértiga, 2,50 de largo.  La caja, situada a más de 1m del suelo, tenía casi 2 de altura, 4 de largo y sólo 1.50 de ancho para facilitar la circulación por las áreas boscosas.
La estructura era toda de madera y en el ensamblaje de sus partes no se usaba ningún clavo. El piso era de carrizo o junco tejido. El techo, una armazón de ramas flexibles cubierta con cueros de toro, cosidos. Eran conducidas por un peón y tiradas por dos o cuatro bueyes uncidos a un yugo de 2m. de largo.

Marchaba en tropas de hasta 20 unidades y recorría un promedio de 20kms. diarios. Gracias a ella el comercio se incentivó asombrosamente y podemos afirmar que una revolución equivalente a la que produjo la carreta sólo volvió a darse a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con la llegada del ferrocarril. 

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