La riqueza de sus yacimientos se descubrió por casualidad. Fue un día de abril de 1545 cuando un indio yanacona llamado Diego Gualpa ascendía la empinada cuesta hacia un santuario ubicado en la cima del cerro. Soplaba el fuerte viento típico de la región por lo que, en cierto momento, para no caer, se aferró a una peña en la que reconoció señas inequívocas de mineral de plata. Contó el suceso a su amo quien examinó el terreno y descubrió cinco vetas extraordinariamente ricas. Como es de imaginar, la noticia cundió y entonces no sólo comenzó la explotación del cerro, sino que en sus inmediaciones, y no obstante la inhóspita aridez del lugar, comenzó a formarse una ciudad que se llamó, también, Potosí, nombre que se transformó en sinónimo de pronta fortuna. Creció velozmente; Carlos V le concedió el título de Villa Imperial y un escudo que lucía la leyenda Tesoro del mundo y envidia de los reyes.
En 1570 recibió la visita del virrey Francisco de Toledo quien al comprobar que la producción de plata se hacía usando métodos primitivos, con el fin de incentivarla convocó a empresarios mineros para proponerles la construcción de molinos hidráulicos destinados a preparar el mineral para el tratamiento con mercurio, método de avanzada recientemente descubierto. Su propuesta fue aceptada y cuatro millonarios hicieron posible una obra de ingeniería sorprendente para el siglo XVI. Consistió en la construcción de un lago para recoger el agua de lluvia, más un sistema de treinta y dos lagos menores, un canal de 16kms. de extensión, dieciocho represas y cientos de molinos.
Al incrementarse la producción la riqueza de Potosí creció a niveles legendarios. Se erigió en la mayor urbe minera del imperio español y contaba con 150.000 habitantes, cifra muy alta para aquellos tiempos, equiparable a la de Madrid, Sevilla y Londres, las tres más populosas urbes europeas. A fines del siglo XVI la ciudad no sólo era la sede de la Casa de la Moneda donde se acuñaba el circulante del Virreinato del Perú, sino que contaba con señoriales mansiones y espléndidas iglesias barrocas. Sus habitantes eran famosos por el lujo ostentoso con que vivían y por su afición a fiestas y diversiones. Baste decir que contaba con catorce salas de baile, treinta y seis casinos a los que concurrían unos ochocientos jugadores profesionales, un teatro y prostíbulos atendidos por ciento veinte prostitutas. A esto hay que sumar la pintoresca y colorida feria popular que se celebraba en la plaza central a la cual concurrían pobladores de toda la comarca, cada uno con su ropa típica, a vender sus productos, uno de ellos las preciadas hojas de coca.
Entre los mercaderes se contaban los provenientes del Tucumán para quienes Potosí era su principal mercado. Llevaban a vender las producciones de su tierra, desde mulas para el trabajo minero, ganado y maderas hasta ropa de la tierra, cuero y miel silvestre recogida de sus selvas subtropicales.
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