Una característica singular de la América prehispánica fue la extraordinaria variedad de lenguas existente, fenómeno que no se daba en el Viejo Mundo. Así, Pedro Cieza de León al relatar al avance español sobre el área andina sudamericana, escribe que de una comarca a otra había tan diferentes lenguas que era menester llevar muchos intérpretes para andar por ellas.
No eran los primeros conquistadores en encontrarse con este obstáculo comunicacional pues antes lo experimentaron los incas en sus objetivos imperialistas, pero el ejecutivo Pachacútec supo ponerle remedio tomando una medida drástica y genial: ordenó que todos los pueblos conquistados incorporados el Tahuantinsuyu o imperio inca, aprendieran la lengua general o lengua del Cuzco o quichua.
De esta manera logró -como testimonia el mismo Cieza de León- que los diversos pueblos hablaran, en más de mil doscientas leguas… la lengua general de los ingas que es la que se usaba en el Cuzco… porque los señores ingas lo mandaban y castigaban a los padres si la dejaban de mostrar -enseñar- a sus hijos en la niñez. Sin embargo permitían conservar la lengua regional con el resultado de que todos los habitantes del imperio eran bilingües y un ejemplo fueron los de los Valles Calchaquíes que hablaban tanto quichua como su lengua madre, el kakán.
Esta unidad idiomática consolidó la unidad del imperio de manera que era posible viajar desde Quito, en Ecuador, hasta los ríos Maule, en Chile, y Diamante, en Argentina, comunicándose mediante ese idioma. Su uso se extendió hasta la llanura tucumano-santiagueña no obstante no haber sido ésta conquistada por los incas, tanto que los expedicionarios de Diego de Rojas se valieron de él para hacer contacto con los aborígenes.
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