Entre los principales cronistas del período colonial se cuenta el fraile carmelita P. Antonio Vázquez de Espinosa. Estuvo catorce años en Indias -como los españoles llamaban a América- y recorrió desde Méjico hasta el Noroeste argentino. Llegó a Tucumán a comienzos del siglo XVII y dejó esta descripción de la ciudad de San Miguel de Tucumán que todavía se levantaba en el sitio de Ibatín:
La ciudad de San Miguel de Tucumán es de hasta 250 vecinos españoles; su temple es muy cálido y húmedo; tiene en el contorno algunas reducciones de indios donde se labra cantidad de lienzo de algodón, pabellones, sobrecamas y otras cosas curiosas; hay en el distrito cría de mulas y ganados y tiene muy olorosas y preciosas maderas, y por los campos innumerable cantidad de ganado silvestre. Está en 29 grados, fundada en alegre sitio a las faldas de altísimas montañas; tiene acequia con que riega sus viñas, huertas y sembrados; pasa por un lado el río de la Quebrada de Calchaquí -el río Pueblo Viejo- y otros que bajan de las sierras.
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