viernes, 3 de febrero de 2017

El fin de ATAHUALLPA

Un día llegó al real de Cajamarca la noticia de que Huáscar, el derrotado hermano de Atahuallpa, había sido asesinado  por orden de éste, cosa que disgustó mucho a Pizarro   y le dio la pauta de que el Inca, desde su prisión, seguía gobernando y siendo obedecido.

Días después de este suceso visitó a Pizarro un cacique de Cajamarca y le dijo lo siguiente: Te hago saber que… Atahuallpa… envió a Quito -su ciudad natal- y [a] otras provincias, a hacer ayuntamiento de gente de guerra para venir sobre ti…  y mataros a todos, y que toda esta gente viene con un gran capitán… y que está muy cerca de aquí, y vendrá de noche y dará en este real quemándolo por todas partes, y al primero que tratarán de matar será a ti, y sacarán de su prisión a su señor Atahuallpa…

A pesar de que éste negó la traición, y de que no pudo comprobarse ninguna concentración de gente de guerra cerca de Cajamarca, el hecho era creíble dado el poder que conservaba sobre sus súbditos. Entonces comenzó a hablarse de la posibilidad de ejecutarlo y aunque Pizarro no estaba convencido de hacerlo, sí lo estaba  su socio Diego de Almagro que en ningún momento simpatizó ni confió en Atahuallpa. Éste,  sabiendo que moriría, encomendó el cuidado de sus hijos a Pizarro y  recibió el bautismo como cristiano de manos de fray  Vicente Valverde que lo había catequizado durante su prisión. Lo ahorcaron y, curiosamente, murió en sábado, a la hora que fue preso y desbaratado.

Al otro día por la mañana… Pizarro con los otros españoles lo llevaron a enterrar a la iglesia que habían construido en la plaza de Cajamarca. Se celebró misa de cuerpo presente y, cuando antes de sepultarlo cantaban los oficios de difuntos…, llegaron ciertas señoras, hermanas y mujeres suyas, y otros privados, [y] con gran estruendo…  impidieron el oficio… porque era costumbre, cuando el gran señor moría, que todos aquellos que bien le querían se enterrasen vivos con él… Como Pizarro lo prohibió,  se fueron a sus aposentos y se ahorcaron todos, ellos y ellas.

Tiempo después, cuando los españoles ya habían dejado Cajamarca, súbditos suyos desenterraron el cadáver y lo llevaron a Quito.

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