miércoles, 31 de diciembre de 2014

Los Lujos del Inca

Al soberano Inca les gustaba vivir lujosamente. Cada uno se hacía construir un palacio propio pues ninguno residía  en el que perteneció a su antecesor. Eran imponentes edificios de piedra magníficamente canteada y ensamblada, con patios rodeados de habitaciones y albercas de agua caliente y fría donde  bañarse.

Todos los objetos que usaba en su vida diaria eran de oro y plata, incluso el trono, un asiento bajo hecho de oro macizo.  Vestía bellísimas túnicas confeccionadas expresamente  para él  por las acllas o vírgenes escogidas. ¿Quiénes eran estas mujeres? Las más hermosas adolescentes, de entre 10 y 14 años, recogidas de todas las provincias del imperio y enclaustradas en las Aclla Huasi o Casa de Escogidas a disponibilidad del Inca,  la principal de las cuales estaba en Cuzco. Una de sus tareas era confeccionar las túnicas del Inca en la tela que denominaban cumbi. La hacían con pelo de vicuña, la fibra animal más fina existente, que hilaban, teñían de diversos colores y finalmente tejían formando vistosos dibujos, a veces entretejiendo la fibra con hilos de oro y ensartándole piedras preciosas. Cada túnica era una joya, sin embargo, el Inca la vestía sólo una vez; jamás usaba dos veces la misma.

¿Y cómo se movilizaba el Inca, señor tan exquisito,  en una región del mundo donde no había animales de tiro y se desconocía la rueda? El cronista Pedro Cieza de León nos  cuenta de qué manera:
Cuando... salía a visitar… su reino iba por él con gran majestad... sentado en ricas andas, armadas sobre unos palos lisos, largos, de maderas excelentes, engastonadas en oro y en argentería; y de las andas salían dos arcos altos hechos de oro, engastonados en piedras preciosas...
Como el Inca viajero deseaba tener privacidad,   caían unas mantas algo largas por todas las andas de tal manera que las cubrían todas… y, a menos que él lo quisiera, no podía ser visto, ni alzaban las mantas sino era cuando entraba y salía…. Y para que le entrase el aire y él pudiese ver el camino había en las mantas algunos agujeros.

¿Y quién cargaba las andas? Las llevaban en hombros…  señores, los mayores y más principales del reino… entrenados en caminar con pié seguro y paso acompasado.
En rededor de las andas… iba la guarda compuesta por gran número de hombres armados con alabardas y hachas y otras armas, de los cuales unos marchaban  adelante y, otros, atrás.
A lo largo de todo el camino iban indios limpiando, quitando cualquier  obstáculo que pudiera ocasionar un tropezón, y por los lados… iban corredores fieles descubriendo qué había…

Así viajaba el Inca y andaba cada día cuatro leguas, aproximadamente unos 25 kms.

Una horrenda plaga

A comienzos de 1531 Francisco Pizarro acompañado por sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, y llevando 180 hombres más 37 caballos,  zarpó  de Panamá por aguas del Océano Pacífico para concretar una de las conquistas más extraordinarias de la Historia: la del Reino del Perú,  nombre con que los españoles llamaron al Tahuantinsuyu o Imperio Inca.

Años atrás había explorado la costa sudamericana por lo que su objetivo era llegar al puerto de Túmbez, pero, como cuenta el cronista Garcilaso de la Vega, no le fue posible por el viento sur. Por este motivo resolvió desembarcar  y continuar la exploración por tierra, pero se encontró con una de las naturalezas más malsanas y hostiles al ser humano a causa de los muchos ríos, cenagales y falta de alimento. Así hasta que llegaron a un lugar llamado Coaqui, situado apenas al sur de la línea del Ecuador donde, para su contento, él y sus compañeros encontraron no sólo comida, sino unas estupendas esmeraldas; sin embargo, pronto se lamentarían de haberse quedado en él:

Nos cuenta el cronista que a muchos de los hombres se les recreció… una enfermedad extraña y abominable, y fue que les nacían por la cabeza, por el rostro y por todo el cuerpo, unas como verrugas que… creciendo, se ponían como brevas… y del tamaño de ellas; pendían de un pezón, destilaban… mucha sangre, causaban grandísimo dolor y horror… colgaban de la frente,… de las cejas,… del pico de la nariz, de las barbas y orejas; no sabían qué les hacer. Murieron muchos; otros muchos sanaron.


En ningún otro sitio a donde llegaron los acometió a  los expedicionarios una peste semejante, pero todos quienes la padecieron o presenciaron jamás se olvidaron de ella. Es otro caso, entre los muchos que relatan las crónicas de la conquista, digno de ser estudiado por la medicina moderna.

sábado, 27 de diciembre de 2014

La gran revolución de la conquista

Quizás, hasta el presente,  la  revolución más profunda   que ha habido en nuestro planeta fue la originada por el descubrimiento, conquista y colonización de América por España.

Se produjo a partir de  1493 en que Colón fundó en Santo Domingo la primera ciudad hispana, base de la expansión hacia el continente: América del Norte desde el sur de actual Estados Unidos; América  Central  y del Sur  hasta los ríos Maule, Diamante  y de la Plata en Chile y Argentina. Más de 4.000.000 kms2 en total.

En 1513 los españoles descubrieron el Océano Pacífico y, desde entonces, el mundo supo que no sólo había un  nuevo continente, sino también un nuevo océano. Paralelamente,  dieron la vuelta al mundo y extendieron su imperio hasta las Islas Filipinas.

Uno de los hechos más interesantes que protagonizaron durante su conquista del continente americano fue de carácter cultural: Impusieron  la lengua española y, simultáneamente, fueron incorporando a ella palabras tomadas de las distintas lenguas aborígenes que conocieron. He aquí algunos ejemplos:

Del área antillana: maíz, caníbal, caribe, huracán, hamaca, butaca, cacique, canoa, sabana, barbacoa, tabaco, cimarrón.

Del área azteca: petate, chocolate, cacao, chili, tamal, cayote, tomate, sisal, caucho o hulli, mescal, marihuana.

Del área andina: puma, cóndor, pampa, vincha, poncho, chacra, curaca, pucará, caschi, mishi, ututo, chirimoya, palta, poroto, coca además de nombres geográficos como Incahuasi, Cachi, Alpachiri, Cocha.


Hoy usamos a diario todas estas palabras sin saber que son resultantes de una intensa transculturación entre conquistados y conquistadores, que comenzó en el siglo XVI.   

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Descripción de Cuzco

Cuenta Pero Sancho, secretario de Francisco Pizarro, que cuando los españoles llegaron a la ciudad de Cuzco quedaron deslumbrados. La describe como  grande y  bella…, toda conformada por casas señoriales ya que la gente pobre no vive en ella. Cada señor hacía fabricar su propia mansión y lo mismo disponían los caciques de los pueblos conquistados por los Incas aunque no residieran permanentemente. La mayoría  estaba construida en piedra y la más imponente era la que perteneció a Huayna Cápac, el último gran emperador. También  había construcciones  con cimientos de piedra y muros de adobe, levantadas con muy buen orden, flanqueando calles rectas…, todas pavimentadas. Se extendían hasta las faldas de los cerros  y Sancho calculó que sumaban unas 100.000.

Al centro de la ciudad se encontraba la plaza, trazada en cuadro,… pavimentada con piedras pequeñas. Allí se realizaban mercados a los que acudían gentes de toda la comarca llevando sus variadas producciones;  se reunía masivamente la población para las grandes celebraciones y para  las convocatorias de guerra.

Dos ríos pasaban a ambos costados de Cuzco y corrían canalizados entre muros de cantería y por lechos pavimentados, de modo que el agua fluye clara y limpia y, aunque el caudal crezca, no se desborda. Sobre estos ríos están tendidos los puentes por los cuales se entra a la ciudad.

Al sudeste de ella se levantaba el bellísimo Inticancha o Templo del Sol,  principal santuario del imperio, ornamentado con extraordinarias riquezas. Al noroeste, en la cima de una colina, haía una fortaleza de piedra y adobe verdaderamente bella: la de Sacsahuamán. Muchos españoles que conocieron fortalezas europeas afirmaban no haber visto otro edificio como ella y consideraban a sus murallas de piedras de tamaño colosal y ensambladas con perfección la una con la otra, como la cosa más bella en materia de construcciones que puede verse en aquella ciudad… bellísima  en todo su conjunto.

No podía ser de otra manera porque desde el momento de su fundación por  Manco Cápac, los Incas que le siguieron tuvieron como primordial cuestión de Estado hacerla crecer no sólo fuerte e inexpugnable, sino también como la más hermosa de todas. Indudablemente lo lograron.

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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Asombro y desconcierto en el primer encuentro

Era 1518; los españoles ya habían ocupado  varias islas caribeñas e iniciaban la exploración del continente. Un día ocurrió un hecho que narra el cronista Diego Durán: deambulaba por la costa del Golfo de Méjico un vagabundo que, de pronto, vio algo que lo dejó atónito. Era tan extraño, tan insólito, que decidió ir a la ciudad de México-Tenochtitlán para informar al rey Moctezuma.  Le dijo que se había movido á venir… [para] avisar de lo que había visto…: que andando junto a la orilla del mar vio, en medio del agua, un cerro redondo que andaba de una parte a otra…, cosa espantosa y de admiración… Moctezuma, impresionado por el relato,  envió observadores que le confirmaron la noticia:

Éstos vieron una cosa espantosa, grande y redonda…que andaba de aqui  para allí por encima del agua, hacia una parte y hacia otra, y que dentro de ella había gente…Que tendían unas grandes mantas en los mástiles… [y] era cosa misteriosa… andar aquel navío sin que nadie lo llevase, por encima del agua…

Lo que observaban con tanto asombro era la nave de Juan de Grijalva, uno de los primeros exploradores de la costa mejicana cuyos informes incentivaron a Hernán Cortés para realizar la conquista del imperio azteca.

Tiempo después, en 1532, cuenta el cronista Juan de Betanzos que mientras el Inca Atahuallpa se dirigía a Cajamarca después de haber vencido en batalla a su hermano Huáscar, llegaron a verle cuatro indios tallanes, del pueblo costero de Tangarala quienes le contaron lo siguiente:

Que por el mar habían llegado seres extraños a cuyo señor le llamaban capito, -por capitán-.  Los describieron como  gentes blancas y barbudas, que traían unas bestias  grandes y muy altas -los caballos- y caminan encima de ellas y a donde ellos quieren que vayan… allí van y si quieren que corran… hacen tanto estruendo que hacen temblar la tierra…

Contaron que vístense de manera que no hemos visto… nunca…Vienen tan vestidas que no se les parece… sino la mitad de las manos y la cara, y desta la mitad traen cubierta con las barbas… Que las manos sólo se les vieron  cuando comían… porque las traían cubiertas con otras manos… hechas de cuero -los guantes-.

 Además de los caballos les llamaron la atención las armas. Contaban  que de la cintura les colgaba cierta pieza… el largor… de casi una braza… -las espadas- que relumbraba como plata… que con aquellas les cortaban las cabezas  a los animales que iban a comer, de un solo golpe. Que comían la carne cocida y no comían carne humana…  También relataron que tenían cierta cosa que parece… de plata y hueca y echan dentro… cierta cosa como ceniza -pólvora- y péganle fuego por un agujerillo… y sale por el hueco… una gran llama y… da un tronido que parece el trueno del cielo…

Los indios tallanes se referían a estos extraños  llamándoles Viracocha porque el dios de ese nombre que… antiguamente… hizo las gentes… se había metido por ese mar  -el Océano Pacífico-  y ahora por él regresaba. Atahuallpa, al escuchar tantas asombrosas novedades relativas a los forasteros que quedó dudando de si se trataba de hombres o dioses.
La realidad es que el grupo español que los indios vieron en aquel abril de 1532  y describieron de tal manera, eran Francisco Pizarro y  sus hombres. Habían desembarcado en Túmbez y el 16 de noviembre apresaron al Inca Atahuallpa y tomaron posesión del imperio incaico.

viernes, 5 de diciembre de 2014

La Quebrada del Portugués

Nadie sabe por qué se llama así, “del portugués”, pero lo que importa es señalar que fue la llave para la conquista y colonización del Noroeste argentino, región donde comenzó el poblamiento y colonización de nuestra patria.

Es uno de los sitios de mayor densidad  histórica de nuestro país. Está en una región privilegiada por la  feracidad de su naturaleza y es el mejor camino natural entre el área valliserrana del noroeste argentino y el sur tucumano llamado antaño Tucma o Tucumán.

El área valliserrana  había sido conquistada por los incas y por ella  corrían ramales  de su extraordinaria red vial que llevaban a Chile y Perú. El Tucma o Tucumán era dominio de los indios tonocotés que si bien no fueron conquistados por los incas, mantenían un pacto de amistad con ellos. En él comenzaba la llanura  que lleva al Río de la Plata,  salida al Océano Atlántico.

Es decir, que la quebrada poseía un primordial valor geopolítico y estratégico que los incas intuyeron y que los conquistadores españoles  -que la llamaron “Quebrada de los Andes de Tucumán”- supieron valorar como nexo entre el oeste y el este del continente sudamericano. Por este motivo, cuando Diego de Rojas comenzó en 1543 su Gran Entrada  en busca de la ruta que comunicara el Perú -ya en poder español- con el Río de la Plata, bajó por ella a los llanos de Tucumán desde donde emprendió la marcha rumbo al sudeste. Aunque él murió prematuramente, su expedición llegó al litoral rioplatense descubriendo, así,  la ruta que resultó columna vertebral de los Virreinatos del Perú, primero,  y del Río de la Plata, después.


Más tarde, en 1550, en el área de la quebrada se fundó  la primera ciudad de nuestra patria, que fuera base de conquista del actual territorio argentino.  Se llamó Barco, pero justamente por estar asentada en un punto de tanto valor geopolítico, originó conflictos jurisdiccionales y debió ser trasladada dos veces, primero a Tolombón en los Valles Calchaquíes y, finalmente, a las márgenes del río Dulce donde recibió su nombre definitivo: Santiago del Estero.
Quebrada del Portugués

Rio Pueblo Viejo, Quebrada del Portugues. Tucumán. 

jueves, 4 de diciembre de 2014

¿Mortales o inmortales?

Ser bisoño en tierra extraña siempre supone riesgos, pero serlo en América de la conquista eran palabras mayores. Así lo demuestra esta historia narrada por el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo:
Un día, con la esperanza de hallar una vida mejor, un muchacho apellidado Salcedo  llegó a la isla caribeña de San Juan o Boriquén, conquistada hacía poco tiempo por los españoles. Los aborígenes querían eliminarlos, pero los detenía la duda de si eran inmortales o no. Si lo eran, ¿para qué intentar, siquiera, matarlos?  Y si lo eran, ¿por qué no hacerlo y librarse de ellos? En asamblea, varios caciques discutieron el tema y encargaron a uno de ellos dilucidar la incógnita. Se llamaba Urayoan y pronto el destino le brindó la ocasión para cumplir la tarea.
Salcedo, que viajaba solo por la isla, acertó a pasar por su aldea.  Urayoan lo recibió paternalmente y después de brindarle un opíparo almuerzo, le ofreció veinte indios para que lo acompañaran durante el resto de su viaje. El cándido muchacho aceptó el gesto  muy agradecido lo cual fue su perdición pues los acompañantes llevaban una instrucción que cumplieron puntualmente.

Al llegar a un caudaloso río,  dos de los indios más fornidos le ofrecieron cruzarlo en andas para que no mojara su ropa y él nuevamente aceptó. Estaban ya en medio del cruce, cuando sus portadores lo zamparon dentro del agua; él luchó por emerger, pero cuatro fuertes manos lo presionaban manteniéndolo sumergido. Cuando finalmente dejó de luchar, sacaron del agua su cuerpo exánime mientras le pedían disculpas por haberse “tropezado” dejándolo caer. Lo tendieron en la ribera, pero regularmente, como quien controla una prueba de laboratorio,  acudían a ver si revivía o no. Así durante varios días hasta que las pruebas de que estaba muerto se volvieron concluyentes.

Para los indios esta comprobación fue trascendental porque les permitió superar el mito por ellos mismos creado de la inmortalidad de los españoles que los inhibía de defenderse de su avance. En cuanto a Salcedo, fue víctima de la conjunción de la inexperiencia con la mala suerte.

El señor Canamico, Curaca de Capaya

En el antiguo Tucumán había diversos pueblos indígenas. Uno  era Capaya cuyo curaca se llamaba Canamico. Cuando llegó Diego de Rojas, mientras los demás curacas huyeron con su gente, él  salió valientemente a su encuentro para defender la tierra heredada de sus antepasados. Apareció en medio de la selva a la cabeza de su comitiva integrada por hombres de guerra, llegó a cierta distancia del jefe español y se detuvo. Venía en andas, modo usual de trasladarse de los señores indios a lo largo de toda América que en él se justificaba pues tenía amputada una pierna. 

Venía con mala voluntad y peor semblante, lo que se  ecentuó en el mensaje que le dio al indio peruano, intérprete quichua-español, para que  lo transmitiera a Rojas: que no tenía por qué ingresar en la tierra que pertenecía a ellos, los tonocotés. 

Rojas escuchó el mensaje, pero permaneció tranquilo. Cualquier reacción violenta  podía desencadenar un choque armado  y deseaba evitarlo: ellos eran sólo treinta y seis soldados más un puñado de indios amigos, mientras que  Canamico contaba con unos  mil quinientos guerreros. Por eso le envió respuesta con el P. Francisco Galán  para explicarle que no venía en son de guerra, sólo en busca sólo de comida y de un lugar donde acampar.

El religioso aceptó la misión  a regañadientes y no le faltó razón porque tan pronto se aproximó a Canamico, los indios  le apuntaron con sus flechas no obstante verlo desarmado y sin más compañía que el intérprete. Se asustó, giró sobre sus talones y regresó corriendo,   gritando  que  los indios atacaban.

Rojas, siempre sin perder la calma,  ordenó a sus hombres que estuviesen a punto de pelea mientras él, montado en su caballo y con sólo el  intérprete, fue a hablar personalmente con Canamico. Lo saludó en nombre de Carlos V quien  -le dijo- deseaba que todos los indios fueran sus vasallos y se convirtieran al  cristianismo, pero el curaca lo interrumpió para repetirle   su primer mensaje agregando que, si insistía, le daría guerra. A continuación,  los indios flecheros  se aproximaron amenazantemente a Rojas.

Este, comprendiendo  que era una maniobra para ponerlo nervioso, se limitó a reprender a los flecheros por su actitud tan hostil,  siendo que él venía en son de paz. El intérprete tradujo y entonces Canamico sonrió socarronamente y explicó que sus indios eran tan malcriados, que aunque a él les había  prohibido comportarse así, habían  desobedecido. Con esta burla  Rojas comprendió que era inútil continuar mostrándose manso; que era el momento de sorprender al curaca con una manifestación de poderío:
Espoleó al caballo  y lo hizo escaramucear bajo el sol que relumbraba sobre la armadura; esta era la seña que aguardaban sus hombres para atacar. Canamico aún no se había repuesto de la intempestiva reacción de su interlocutor,  cuando  los cascos de los  treinta y seis caballos hicieron  retumbar la tierra con su galope y en un instante estuvieron sobre los indios.

La lucha  que Rojas quiso evitar se desató, pero, afortunadamente,  fue  brevísima porque el estupefacto  curaca cayó en manos de los españoles, hecho que, entre los indios, era motivo para deponer las armas.

Canamico dio a Rojas un sitio donde sentar su real y abundante comida;  se declaró vasallo de Carlos V y aceptó convertirse al cristianismo. Rojas, que ordenó a su gente tratar al vencido  según su jerarquía de señor, una vez pasado el enojo reconoció que si  obró como lo hizo, fue por defender su pueblo y porque poseía un coraje que los otros señores no habían mostrado. El curaca, por su parte, valoró a Rojas como un valiente y noble guerrero que, pudiendo haberlo matado o humillado, lo había respetado.

 El hecho es que, después de tan mal comienzo, terminaron apreciándose sinceramente.  

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Los enemigos invisibles

Las enfermedades infecciosas originarias del Viejo Mundo, inexistentes en el Nuevo, transmitidas por los blancos europeos y sus esclavos  africanos, fueron los enemigos invisibles de los aborígenes americanos contra las cuales carecían de anticuerpos. El efecto letal fue tan devastador, que estudios modernos  las consideran causantes del 75%  o más  de la mortandad que se produjo entre ellos.

La peor de todas fue  la viruela y sus trágicos efectos empezaron a sentirse en el área caribeña por la que  comenzó la conquista. Se desencadenó entre los indios arawacos  de  Santo Domingo, Cuba, Jamaica y otras islas, y bastaba que se contagiara un solo individuo, para que tras él lo hicieran familias y comunidades íntegras. El cronista Fernández de Oviedo habla de viruelas  tan pestilenciales, que dejaron estas islas... asoladas de indios, o con tan pocos, que pareció un juicio grande del cielo.

 A medida que avanzaba la conquista, avanzaba la peste y así llegó a Méjico. Según  Bernal Díaz del Castillo el introductor provino  de Cuba y fue  un negro...   lleno de viruelas… que fue causa que... hinchiese toda la tierra della, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron.
El  franciscano Fr. Toribio de Benavente, más conocido como Motolinía, que misionó en Méjico, da espeluznantes detalles: en algunas provincias moría la mitad de la gente... y muchos... de hambre, porque como todos enfermaron de golpe, no podían curar unos de otros… y en muchas partes  aconteció morir todos los de una casa y… para remediar el hedor… echaron las casas encima de los muertos... A los que se salvaron,  todo el rostro les quedó lleno de hoyos.

El contagio era inmediato, fulminante y algunos cronistas sostienen que Huayna Cápac, el último gran emperador Inca, murió de viruela. Se habría contagiado por el sólo hecho de recorrer  un tramo de la costa del Pacífico donde poco antes habían desembarcado exploradores españoles portadores de la peste.

La viruela llegó hasta nuestro país y  el jesuita Cayetano Cattaneo que  en el siglo XVIII misionó entre los indios  del río Uruguay, cuenta que cierta vez que navegaba con un grupo de ellos, a pesar de todas las diligencias que tomamos,  se declaró finalmente con la caída casi simultánea de catorce en una sola balsa, y otros acá y allá, en otras balsas... En pocos días  los enfermos sumaban  más de cien y pedir ayuda en los pueblos costeros era impensable  porque -continúa Cattaneo- no hay cosa que [los indios] teman más que esta peste ycuando aparece uno de ellos con viruelas, lo abandonan todos dejándolo... con una vasija grande de agua y un cuarto de buey.

Cuando desembarcaron, los misioneros levantaron cabañas donde  acomodar a los enfermos.  Ya no podía más -continúa Cattaneo- por el gran trabajo que me costaba estar tanto tiempo encorvado hasta el suelo, donde yacían... además del hedor que echaban y el horror que ocasiona el mirarlos... pues, a causa de la gran comezón que la enfermedad produce, se desfiguran toda la cara, convirtiéndola en una llaga...  Un día, mientras sacaban a un muerto de su cabaña, para sepultarlo, al tomarlo por las piernas, empezó a salírsele la piel, que estaba separada de la carne...   

La viruela  fue una pandemia que azotó al mundo hasta la segunda mitad del  siglo XX, pero desde 1978 se la  considera  erradicada gracias a la labor de los científicos, verdaderos santos modernos que han salvado al ser humano de un padecimiento  tan atroz.


lunes, 1 de diciembre de 2014

Un curioso dato médico

En enero de 1494  Cristóbal Colón hizo su segundo viaje a América. Llegó a la isla La Española, hoy Santo Domingo, poblada por indios arahuacos de los cuales había llevado algunos a España, de regreso del primer viaje,  para que enseñaran su lengua.

Entre quienes la aprendieron se contaba un fraile de la Orden de los Gerónimos llamado Ramón Pané, al que encomendó recorrer las aldeas indígenas para recabar datos sobre sus usos, costumbres, creencias y tradiciones. Así lo hizo el fraile y reunió sus observaciones en la Relación acerca de las antigüedades de los indios, primer estudio de carácter etnográfico sobre aborígenes americanos.

 Entre las varias informaciones que da, hay una de valioso interés médico, tomada de un mito relativo a los primeros seres humanos que habitaron la isla y a cómo se  dispersaron por ella. Cuenta que,  originalmente, todos los humanos vivían en cuevas, cada varón con sus mujeres e hijos, pero un día, un joven llamado Guahayona decidió abandonar las cuevas para buscar otro lugar donde vivir. No se fue sin compañía, sino que instó a todas las mujeres a seguirlo, incluso a las casadas que abandonaron esposo e hijos. Con ellas partió y anduvo recorriendo la isla durante un tiempo hasta que, en un momento dado, quizá porque ya habrían nacido niños que significarían una rémora para la marcha, decidió abandonar su harén y continuar viaje solo.

Pronto -promiscuo como era-  comenzó a extrañar la compañía femenina y creyó hallarla cuando, andando por la playa, encontró una mujer  llamada Guabonito. Intentó seducirla, pero ocurría -según escribe Fr. Ramón- que  Guahayona estaba lleno de aquellas llagas que nosotros [los españoles] llamamos mal francés. En otras palabras, Guahayona padecía sífilis y Guabonito,  advirtiéndolo, en lugar de ceder a sus requerimientos lo aisló en un lugar apartado hasta que se curó. Después lo abandonó, no sin antes obsequiarle unos talismanes  que salvaguardaran su salud.

Este mito -que como todos debió tener alguna raíz en la realidad-  resulta muy interesante por aclarar una duda que suele plantearse: ¿Los españoles contagiaron la sífilis a los aborígenes americanos o éstos a ellos? La conclusión a que nos conduce el mito es que, a fines del siglo XV, cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo, hacía mucho que la enfermedad existía en él, tanto como para estar incorporada  a un antiguo mito transmitido por vía oral,  durante generaciones; por cierto que también existía en el Viejo y los europeos la identificaban como Mal francés o Mal de Nápoles. Es decir, que era una enfermedad infecciosa difundida por todo el globo desde antes de la conquista, dato corroborado por la Paleontología ya que en algunos cementerios aborígenes,  prehispánicos, se han encontrado esqueletos  que presentan lesiones óseas típicas de este mal.