A comienzos de 1531 Francisco Pizarro acompañado por sus
hermanos Hernando, Juan y Gonzalo, y llevando 180 hombres más 37 caballos, zarpó
de Panamá por aguas del Océano Pacífico para concretar una de las
conquistas más extraordinarias de la Historia: la del Reino del Perú, nombre con que los españoles llamaron al
Tahuantinsuyu o Imperio Inca.
Años atrás había explorado la costa sudamericana por lo que
su objetivo era llegar al puerto de Túmbez, pero, como cuenta el cronista
Garcilaso de la Vega, no le fue posible por el viento sur. Por este motivo
resolvió desembarcar y continuar la
exploración por tierra, pero se encontró con una de las naturalezas más
malsanas y hostiles al ser humano a causa de los muchos ríos, cenagales y falta
de alimento. Así hasta que llegaron a un lugar llamado Coaqui, situado apenas
al sur de la línea del Ecuador donde, para su contento, él y sus compañeros
encontraron no sólo comida, sino unas estupendas esmeraldas; sin embargo,
pronto se lamentarían de haberse quedado en él:
Nos cuenta el cronista que a muchos de los hombres se les
recreció… una enfermedad extraña y abominable, y fue que les nacían por la
cabeza, por el rostro y por todo el cuerpo, unas como verrugas que… creciendo,
se ponían como brevas… y del tamaño de ellas; pendían de un pezón, destilaban…
mucha sangre, causaban grandísimo dolor y horror… colgaban de la frente,… de
las cejas,… del pico de la nariz, de las barbas y orejas; no sabían qué les
hacer. Murieron muchos; otros muchos sanaron.
En ningún otro sitio a donde llegaron los acometió a los expedicionarios una peste semejante, pero
todos quienes la padecieron o presenciaron jamás se olvidaron de ella. Es otro
caso, entre los muchos que relatan las crónicas de la conquista, digno de ser
estudiado por la medicina moderna.
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