miércoles, 3 de diciembre de 2014

Los enemigos invisibles

Las enfermedades infecciosas originarias del Viejo Mundo, inexistentes en el Nuevo, transmitidas por los blancos europeos y sus esclavos  africanos, fueron los enemigos invisibles de los aborígenes americanos contra las cuales carecían de anticuerpos. El efecto letal fue tan devastador, que estudios modernos  las consideran causantes del 75%  o más  de la mortandad que se produjo entre ellos.

La peor de todas fue  la viruela y sus trágicos efectos empezaron a sentirse en el área caribeña por la que  comenzó la conquista. Se desencadenó entre los indios arawacos  de  Santo Domingo, Cuba, Jamaica y otras islas, y bastaba que se contagiara un solo individuo, para que tras él lo hicieran familias y comunidades íntegras. El cronista Fernández de Oviedo habla de viruelas  tan pestilenciales, que dejaron estas islas... asoladas de indios, o con tan pocos, que pareció un juicio grande del cielo.

 A medida que avanzaba la conquista, avanzaba la peste y así llegó a Méjico. Según  Bernal Díaz del Castillo el introductor provino  de Cuba y fue  un negro...   lleno de viruelas… que fue causa que... hinchiese toda la tierra della, de lo cual hubo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron.
El  franciscano Fr. Toribio de Benavente, más conocido como Motolinía, que misionó en Méjico, da espeluznantes detalles: en algunas provincias moría la mitad de la gente... y muchos... de hambre, porque como todos enfermaron de golpe, no podían curar unos de otros… y en muchas partes  aconteció morir todos los de una casa y… para remediar el hedor… echaron las casas encima de los muertos... A los que se salvaron,  todo el rostro les quedó lleno de hoyos.

El contagio era inmediato, fulminante y algunos cronistas sostienen que Huayna Cápac, el último gran emperador Inca, murió de viruela. Se habría contagiado por el sólo hecho de recorrer  un tramo de la costa del Pacífico donde poco antes habían desembarcado exploradores españoles portadores de la peste.

La viruela llegó hasta nuestro país y  el jesuita Cayetano Cattaneo que  en el siglo XVIII misionó entre los indios  del río Uruguay, cuenta que cierta vez que navegaba con un grupo de ellos, a pesar de todas las diligencias que tomamos,  se declaró finalmente con la caída casi simultánea de catorce en una sola balsa, y otros acá y allá, en otras balsas... En pocos días  los enfermos sumaban  más de cien y pedir ayuda en los pueblos costeros era impensable  porque -continúa Cattaneo- no hay cosa que [los indios] teman más que esta peste ycuando aparece uno de ellos con viruelas, lo abandonan todos dejándolo... con una vasija grande de agua y un cuarto de buey.

Cuando desembarcaron, los misioneros levantaron cabañas donde  acomodar a los enfermos.  Ya no podía más -continúa Cattaneo- por el gran trabajo que me costaba estar tanto tiempo encorvado hasta el suelo, donde yacían... además del hedor que echaban y el horror que ocasiona el mirarlos... pues, a causa de la gran comezón que la enfermedad produce, se desfiguran toda la cara, convirtiéndola en una llaga...  Un día, mientras sacaban a un muerto de su cabaña, para sepultarlo, al tomarlo por las piernas, empezó a salírsele la piel, que estaba separada de la carne...   

La viruela  fue una pandemia que azotó al mundo hasta la segunda mitad del  siglo XX, pero desde 1978 se la  considera  erradicada gracias a la labor de los científicos, verdaderos santos modernos que han salvado al ser humano de un padecimiento  tan atroz.


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