domingo, 29 de octubre de 2017

Recuerdos de los años 30. La fauna urbana

Habitantes numerosos del San Miguel de mi infancia eran los perros. Muchos nacían en la calle y pasaban su vida en ella, a la buena de Dios,  pero había otros domésticos y calculo que  cada vivienda contaba con  unos dos o tres. Por lo general eran caschis, sin raza ni “prosapia”, de variada altura y pelaje o bien pelados del todo como los extinguidos perros pila cuya pelambre se reducía a un copete crespo en la cima del cráneo. Tanto unos como otros eran callejeros por antonomasia pues los domésticos tenían por hábito salir diariamente a pasear y regresaban a sus hogares sólo para comer y dormir o porque lloviera torrencialmente. Circulaban por las aceras e ingresaban a bares, iglesias, escuelas, oficinas públicas en seguimiento de sus dueños no obstante los esfuerzos de éstos por alejarlos o ignorarlos. Resultaban una especie de plaga para la ciudad y la pauta lo da el hecho de que la Municipalidad creó una repartición especial para reducirlos: La perrera.
Su brazo ejecutor  era un camión-jaula que recorría las calles con un empleado que enlazaba a los canes y los echaba dentro por una tapa-trampa existente en su parte superior. El espectáculo que ofrecían los capturados era doloroso pues el instinto les decía que tenían las horas contadas y así en era efectivamente: el can al cual sus dueños no rescataban eran “ejecutados”. ¿Y de qué modo el dueño se enteraba de que su cuadrúpedo había sido capturado? Generalmente mediante la solidaridad vecinal pues no faltaba alguno que hubiera presenciado la captura y se llegaba a su casa con el afligente mensaje: “¡A ………. (y aquí decía el nombre del capturado) lo ha agarrado La Perrera!” Al escuchar esto, el dueño sin dilación debía salir a rescatarlo sin olvidar llevar dinero para pagar una multa.

Teresa Piossek Prebisch

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