domingo, 16 de agosto de 2015

Más sobre el viaje transatlantico

Así como las naves del siglo XVI carecían de compartimentos especiales para los viajeros, tampoco brindaban servicios gastronómicos. Por lo tanto, éstos debían llevar su propio matalotaje, es decir,  el alimento que calculaban que el grupo familiar y allegados consumirían durante los dos meses de viaje. Estaba compuesto por alimentos secos o conservados: aceite, vino, pescado, garbanzos, arroz, embutidos, aceitunas, ajo, queso, pasas, golosinas pues lo único de lo que se los proveía en la nave -y racionadamente- era de agua que, tras varios días en barricas adquiría un sabor abombado. Algunos viajeros llevaban plantas del Viejo Mundo  para aclimatarlas en el Nuevo a las que, suponemos, se les asignaría su propia ración de líquido.

El pasajero también debía llevar lo siguiente:

1.Vajilla y recipientes para cocinar en el único fogón compartido por todos que se encendía en la cubierta de la nave siempre y cuando hiciera buen tiempo.

2.Equipo de dormir: colchón delgado, almohada y frazada que cada noche extendería en algún rincón  de cubierta  y que enrollaría al despertar, antes del comienzo del trajín de gente y tripulantes.

3.Ropa recia que aguantara sol, lluvia y maltrato. También naipes, dados, libros y alguna guitarra para pasar las largas horas del día.

Agreguemos que sacerdotes y hombres prudentes solían recomendar que, antes de embarcar, el viajero hiciera su testamento, se confesara y comulgara. También que  se purgara  para emprender la aventura transoceánica libre de humores dañinos.

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