Otro animal originario del Viejo Mudo que para los indios
resultó portentoso fue el buey. El Inca Garcilaso de la Vega, siendo niño,
asistió a la llegada de los primeros de su especie a los campos de Cuzco y dejó
una vívida descripción de esa experiencia:
Los primeros bueyes que vi arar en el valle de Cuzco, año de
mil y quinientos y cincuenta… eran de un caballero llamado Juan Rodríguez de
Villalobos…; no eran más de tres yuntas; llamaban a uno de los bueyes Chaparro
y a otro Naranjo y a otro Castillo; llevóme a verlos un ejército de indios que
de todas partes iban a lo mismo, atónitos y asombrados de una cosa tan
monstruosa y nueva para ellos y para mí… Los domaron fuera de la ciudad… y cuando estuvieron diestros, los trajeron al
Cuzco, y creo que los solemnes triunfos de la grandeza de Roma no fueron más
mirados que los bueyes aquél día… Acuérdome bien de todo esto, porque la fiesta
de los bueyes me costó dos docenas de azotes:… unos me dio mi padre porque no
fui a la escuela; los otros me dio el maestro, porque falté de ella…
El buey ayudó al ser humano en labores tan dispares como
arar los campos y movilizar un vehículo revolucionario para su lugar y tiempo:
la carreta. Hasta el día de hoy, en localidades de Bolivia y Perú, los
pobladores acostumbran colocar, sobre el techo de sus viviendas, la figurilla
de un buey como advocación a la
prosperidad.
Garcilaso también cuenta que
hubo un español que introdujo camellos en el Perú. No fue un
despropósito porque la llama, la
vicuña, la alpaca y el guanaco, típicos del área andina, pertenecen a la familia de los camélidos. El
introductor fue Juan de Reinaga que por seis hembras y un macho pagó la alta
suma de ocho mil y cuatrocientos ducados, pero no tuvo suerte con su inversión:
no se adaptaron al país y finalmente desaparecieron.
Teresa Piossek Prebisch
Teresa Piossek Prebisch
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