El caballo es otro animal notable que los españoles trajeron
del Viejo Mundo. Fue su compañero número uno y la conquista no hubiese ocurrido
como ocurrió de no ser por el caballo. Provinieron de los campos de Andalucía y
los primeros llegaron en el segundo viaje de Colón para luego expandirse por el
continente acompañando el avance de los conquistadores.
Fue el animal que más impresionó al indígena. La figura del
jinete sobre su cabalgadura -especie de centauro- los conmovió profundamente
pues nunca habían visto ni imaginado nada semejante y en la crónica titulada El
descubrimiento y conquista del Perú, atribuida a Miguel de Estete, se narra una anécdota muy elocuente al respecto:
Francisco Pizarro, durante su exploración de la costa
sudamericana en busca del Perú, hacía
desembarcos periódicos. Uno de
ellos fue en un lugar llamado Tacanez
donde descendieron cinco jinetes. Los indios los tomaron por peligrosos
animales creyendo que caballo y caballero constituían un solo ser y, como eran
pocos en número, los atacaron
valientemente con la intención de aniquilarlos,
hasta que sucedió lo siguiente:
Uno de los caballos tropezó lo que provocó que el jinete
cayera al suelo y entonces los indios vieron dividirse aquel animal en dos
partes. Para mayor asombro cada una de las partes tenía su propia autonomía;
una se movía sobre cuatro patas y otra sobre dos, pero de pronto esta última
dio un brinco y se montó sobre la primera: ¡nuevamente el animal se transformó
en uno solo! Al ver esto los indígenas depusieron las armas y huyeron
despavoridos; las palabras estupor, pánico, terror quedan pobres para expresar
lo que sintieron ante el insólito espectáculo.
Teresa Piossek Prebisch