El cronista Francisco de Jerez relata que aquella noche del día 15, Pizarro, sabiendo ya que por cada cristiano había quinientos indios… arengó a su gente diciéndoles a todos que hiciesen de sus corazones fortalezas, pues no tenían otras, ni otro socorro, sino el de Dios… Finalmente les ordenó tener sus caballos ensillados.
Al llegar la mañana, vieron cómo Atahuallpa dejaba su campamento y se encaminaba pausado y solemnemente hacia Cajamarca; había anunciado que vendría desarmado, pero los españoles sabían por espías que, aunque parecían sin armas…, venían con ellas ocultas bajo la ropa. Ante la gravedad de la situación Pizarro distribuyó a su gente de la siguiente manera: En una de las casas ubicó a su hermano Hernando Pizarro con catorce o quince de a caballo; en otra… [a] Hernando de Soto con otros quince o dieciséis de caballo;… en otra… [a] Benalcázar con otros tantos. En otra estaba él con dos o tres de a caballo y… veinte y cinco hombres de [a] pie, mientras que en la fortaleza estaba Pedro de Candia… con ocho o nueve escopeteros y cuatro tiros de artillería… que dispararía cuando se lo ordenara. La instrucción era que ninguno saliese… a la plaza de modo que pareciera que no había nadie en ella. Que sólo salieran cuando él diera la voz de ¡Santiago y a ellos!
La imagen del ejército de Atahuallpa era imponente, espectacular, amedrentante. Cada uno de los 30.000 hombres tenía sobre la frente un disco de cobre o de oro o de plata que daban tan gran resplandor que ponía espanto y temor al verlo. Como a las cinco de la tarde comenzaron a ingresar en la plaza, cada uno de los escuadrones con libreas de distinto color. Detrás de éstos, en una litera muy rica… venía… Atahuallpa, la cual traían ochenta señores todos vestidos con una librea azul muy rica, y él vestida su persona muy ricamente, con su corona en la cabeza y al cuello un collar de esmeraldas… sentado en la litera… Llegando al medio de la plaza paró… y toda la gente de guerra que entraba en la plaza, [lo rodeó] estando dentro hasta 6 o 7 mil hombres. Como él vio que ninguna persona salía [a recibirlo]…, tuvo creído… que nos habíamos escondido de miedo de ver su poder, y dijo: ¿Dónde están estos? ¿Qué es de éstos de las barbas? Y uno de sus acompañantes le respondió: Estarán escondidos.
De pronto, de una de las casas salió el fraile dominico Vicente de Valverde que integraba la hueste pizarrista y, mediante intérprete, le dijo que el Papa había dado sus tierras a los españoles y que éstos, por mandato del emperador Carlos V, habían venido para convertir a sus habitantes a la fe cristiana, manifestación que molestó mucho al Inca quien se sentía señor absoluto. A continuación se produjo el siguiente, singular diálogo:
Atahuallpa: ¿ Quién dice eso?
Valverde: Dios lo dice.
Atahuallpa: ¿Cómo lo dice Dios?
Valverde le respondió que lo decía a través de las Sagradas Escrituras y le alcanzó un breviario. Atahuallpa lo ojeó sin encontrar que ese objeto tan extraño para su cultura fuera respuesta a su pregunta. Se encolerizó sintiéndose burlado y con mucha ira y el rostro muy encarnizado lo arrojó violentamente al suelo al tiempo que, poniéndose de pie sobre la litera, gritaba a sus hombres: ¡Ea, ea, [que] no escape ninguno!
Era una orden de ataque y su hombres le respondieron: “¡Oh Inca!” que quiere decir “hágase así.”
De este modo, en aquel atardecer del sábado 16 de noviembre de 1532, comenzó un encuentro que, si bien duró escasamente media hora, marcó el fin del imperio incaico construido durante más de tres siglos.
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