Los españoles que lo conocieron dejaron vívidos relatos que permiten conocer cuál era su apariencia y su modo de ser.
Hernando Pizarro que fue a saludarlo en nombre su hermano Francisco, el conquistador del imperio incaico, lo encontró en una residencia situada en el camino entre Cuzco y Quito, ciudad a la se dirigía acompañado por numeroso séquito y cuarenta mil hombres de guerra. Estaba sentado en un duho o escabel con toda la majestad del mundo, cercado de todas sus mujeres e muchos principales cerca de él, manteniendo siempre la mirada baja, como ajeno al mundo. Pizarro le habló, pero nunca logró que le respondiera sino un principal suyo hablaba por él. En lo poco que le dijo -siempre por el intermediario- fue que sabía que los españoles eran mala gente y no buena para la guerra y, al decir esto, sonrióse dando a entender que los subestimaba.
Francisco de Jerez, que acompañaba a Pizarro, lo describe así: Era hombre de treinta años, bien apersonado y dispuesto, algo grueso, el rostro grande, hermoso y feroz, los ojos encarnizados en sangre (enrojecidos). Hablaba con mucha gravedad, como gran señor; hacía muy vivos razonamientos… Era hombre alegre aunque crudo… Hablando con los suyos era muy robusto, es decir, áspero.
Otro testigo, Juan Ruiz de Arce, cuenta que en ese momento en que lo conocieron tenía vestida una camisa sin mangas y una manta que le cubría todo. Tenía una reata o faja apretada a la cabeza; en la frente, una borla colorada. No escupía en el suelo; cuando gargajaba o escupía, ponía una mujer la mano y en ella escupía. Todos los cabellos que se le caían por el vestido lo tomaban las mujeres y los comían… El escupir lo hacía por grandeza; los cabellos lo hacía porque era muy temeroso de hechizo, y porque no lo hechizasen los mandaba comer.
Ruiz de Arce también cuenta que le llamaron la atención los caballos y, antes que nos fuésemos, nos rogó que arremetiésemos con uno, que deseaba mucho verlos correr. Luego uno de los compañeros arremetió [con] un caballo dos o tres veces. El espectáculo, desconocido para los indios, provocó que algunos retrocedieran atemorizados cosa que enfureció a Atahuallpa quien, cuando la comitiva española se retiró, mandó que hiciesen justicia de ellos e que les cortasen las cabezas; según un testimonio anónimo, también a sus mujeres e hijos. Después los españoles se enterarían de muchos, similares e innecesarios actos de crueldad ordenados por el soberano.
Hola Pelusa. Muy interesante, como siempre
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