Una característica singular de la América prehispánica fue la extraordinaria variedad de lenguas existente, fenómeno que no se daba en el Viejo Mundo. Así, Pedro Cieza de León al relatar al avance español sobre el área andina sudamericana, escribe que de una comarca a otra había tan diferentes lenguas que era menester llevar muchos intérpretes para andar por ellas.
No eran los primeros conquistadores en encontrarse con este obstáculo comunicacional pues antes lo experimentaron los incas en sus objetivos imperialistas, pero el ejecutivo Pachacútec supo ponerle remedio tomando una medida drástica y genial: ordenó que todos los pueblos conquistados incorporados el Tahuantinsuyu o imperio inca, aprendieran la lengua general o lengua del Cuzco o quichua.
De esta manera logró -como testimonia el mismo Cieza de León- que los diversos pueblos hablaran, en más de mil doscientas leguas… la lengua general de los ingas que es la que se usaba en el Cuzco… porque los señores ingas lo mandaban y castigaban a los padres si la dejaban de mostrar -enseñar- a sus hijos en la niñez. Sin embargo permitían conservar la lengua regional con el resultado de que todos los habitantes del imperio eran bilingües y un ejemplo fueron los de los Valles Calchaquíes que hablaban tanto quichua como su lengua madre, el kakán.
Esta unidad idiomática consolidó la unidad del imperio de manera que era posible viajar desde Quito, en Ecuador, hasta los ríos Maule, en Chile, y Diamante, en Argentina, comunicándose mediante ese idioma. Su uso se extendió hasta la llanura tucumano-santiagueña no obstante no haber sido ésta conquistada por los incas, tanto que los expedicionarios de Diego de Rojas se valieron de él para hacer contacto con los aborígenes.
jueves, 16 de abril de 2015
El Quipu
De entre los aborígenes americanos que alcanzaron un alto desarrollo cultural sólo los mayas tuvieron un sistema de escritura. Estaba compuesto por logófrigos que representaban ideas y por glifos, que representaban sonidos por lo cual resultaba sumamente complejo y sólo manejable por expertos. En cambio, aztecas e incas carecieron de escritura, aunque estos últimos crearon el quipu, que si bien no se equiparaba a la escritura, era un eficiente sistema de contabilidad que debía ser acompañado por una explicación verbal.
¿Qué es el quipu? Comencemos diciendo que la palabra pertenece a la lengua quichua y significa nudo. Los expertos lo describen como un recurso mnemotécnico para ayudar a la memoria, pero yo lo defino como la calculadora de lana -pues estaba hecho de lana de llama- y por la descripción que haré comprobarán que la comparación no es desacertada.
Estaba constituido por un cordel principal de entre 0,30 a más de 1m. de longitud. De él pendían cordeles de distinto largo, puestos ordenadamente de mayor a menor, cada uno de un diferente color: verde, azul, amarillo, blanco y rojo, en los que se hacían series de nudos.
No cualquiera sabía valerse del quipu y los expertos se denominaban quipu-camayoc, que podríamos traducir como contador o técnico en quipus. El cronista Pedro Cieza de León que conversó con varios de ellos para que le explicaran su uso, nos dice que los nudos contaban de uno al diez, del diez al cien y del cien al mil. ¿Y qué contaban? La respuesta es todo pues los soberanos incas eran realmente fanáticos de las estadísticas como medio de conocer -para luego disponer- de todo lo existente en el imperio. Cada gobernante de provincia -continúa Cieza- tenía contadores que, mediante nudos hechos en los cordeles, recogían las cifras de cuántos varones, mujeres y niños vivían en determinado pueblo; de qué cantidad de alimento cosechaban; de cuántas llamas tenían en sus rebaños. Esta información le servía al soberano para señalar el tributo que cada pueblo debía dar, que incluía desde Vírgenes Escogidas, hombres para la guerra o para las obras públicas tales como caminos y edificios, hasta maíz, charqui (carne seca), ropa, calzado, leña. Todo ello se guardaba -bajo la contabilidad de quipu-camayocs- en los depósitos distribuidos a lo largo de los caminos del imperio para abastecer al Inca y sus ejércitos conquistadores durante la marcha. El cronista, admirado de la perfección del sistema estadístico creado por los incas, comentaba que todo era hecho ¡con tanta exactitud [que] no se ha de haber extraviado ni un par de sandalias!
¿Qué es el quipu? Comencemos diciendo que la palabra pertenece a la lengua quichua y significa nudo. Los expertos lo describen como un recurso mnemotécnico para ayudar a la memoria, pero yo lo defino como la calculadora de lana -pues estaba hecho de lana de llama- y por la descripción que haré comprobarán que la comparación no es desacertada.
Estaba constituido por un cordel principal de entre 0,30 a más de 1m. de longitud. De él pendían cordeles de distinto largo, puestos ordenadamente de mayor a menor, cada uno de un diferente color: verde, azul, amarillo, blanco y rojo, en los que se hacían series de nudos.
No cualquiera sabía valerse del quipu y los expertos se denominaban quipu-camayoc, que podríamos traducir como contador o técnico en quipus. El cronista Pedro Cieza de León que conversó con varios de ellos para que le explicaran su uso, nos dice que los nudos contaban de uno al diez, del diez al cien y del cien al mil. ¿Y qué contaban? La respuesta es todo pues los soberanos incas eran realmente fanáticos de las estadísticas como medio de conocer -para luego disponer- de todo lo existente en el imperio. Cada gobernante de provincia -continúa Cieza- tenía contadores que, mediante nudos hechos en los cordeles, recogían las cifras de cuántos varones, mujeres y niños vivían en determinado pueblo; de qué cantidad de alimento cosechaban; de cuántas llamas tenían en sus rebaños. Esta información le servía al soberano para señalar el tributo que cada pueblo debía dar, que incluía desde Vírgenes Escogidas, hombres para la guerra o para las obras públicas tales como caminos y edificios, hasta maíz, charqui (carne seca), ropa, calzado, leña. Todo ello se guardaba -bajo la contabilidad de quipu-camayocs- en los depósitos distribuidos a lo largo de los caminos del imperio para abastecer al Inca y sus ejércitos conquistadores durante la marcha. El cronista, admirado de la perfección del sistema estadístico creado por los incas, comentaba que todo era hecho ¡con tanta exactitud [que] no se ha de haber extraviado ni un par de sandalias!
La ciudad de Potosí
La Cordillera de los Andes, sobre todo en su área central, es una de las regiones del globo terráqueo más abundantes en metales preciosos. El paradigma es el legendario cerro de Potosí situado en el extremo sudeste del altiplano boliviano.
La riqueza de sus yacimientos se descubrió por casualidad. Fue un día de abril de 1545 cuando un indio yanacona llamado Diego Gualpa ascendía la empinada cuesta hacia un santuario ubicado en la cima del cerro. Soplaba el fuerte viento típico de la región por lo que, en cierto momento, para no caer, se aferró a una peña en la que reconoció señas inequívocas de mineral de plata. Contó el suceso a su amo quien examinó el terreno y descubrió cinco vetas extraordinariamente ricas. Como es de imaginar, la noticia cundió y entonces no sólo comenzó la explotación del cerro, sino que en sus inmediaciones, y no obstante la inhóspita aridez del lugar, comenzó a formarse una ciudad que se llamó, también, Potosí, nombre que se transformó en sinónimo de pronta fortuna. Creció velozmente; Carlos V le concedió el título de Villa Imperial y un escudo que lucía la leyenda Tesoro del mundo y envidia de los reyes.
En 1570 recibió la visita del virrey Francisco de Toledo quien al comprobar que la producción de plata se hacía usando métodos primitivos, con el fin de incentivarla convocó a empresarios mineros para proponerles la construcción de molinos hidráulicos destinados a preparar el mineral para el tratamiento con mercurio, método de avanzada recientemente descubierto. Su propuesta fue aceptada y cuatro millonarios hicieron posible una obra de ingeniería sorprendente para el siglo XVI. Consistió en la construcción de un lago para recoger el agua de lluvia, más un sistema de treinta y dos lagos menores, un canal de 16kms. de extensión, dieciocho represas y cientos de molinos.
Al incrementarse la producción la riqueza de Potosí creció a niveles legendarios. Se erigió en la mayor urbe minera del imperio español y contaba con 150.000 habitantes, cifra muy alta para aquellos tiempos, equiparable a la de Madrid, Sevilla y Londres, las tres más populosas urbes europeas. A fines del siglo XVI la ciudad no sólo era la sede de la Casa de la Moneda donde se acuñaba el circulante del Virreinato del Perú, sino que contaba con señoriales mansiones y espléndidas iglesias barrocas. Sus habitantes eran famosos por el lujo ostentoso con que vivían y por su afición a fiestas y diversiones. Baste decir que contaba con catorce salas de baile, treinta y seis casinos a los que concurrían unos ochocientos jugadores profesionales, un teatro y prostíbulos atendidos por ciento veinte prostitutas. A esto hay que sumar la pintoresca y colorida feria popular que se celebraba en la plaza central a la cual concurrían pobladores de toda la comarca, cada uno con su ropa típica, a vender sus productos, uno de ellos las preciadas hojas de coca.
Entre los mercaderes se contaban los provenientes del Tucumán para quienes Potosí era su principal mercado. Llevaban a vender las producciones de su tierra, desde mulas para el trabajo minero, ganado y maderas hasta ropa de la tierra, cuero y miel silvestre recogida de sus selvas subtropicales.
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La riqueza de sus yacimientos se descubrió por casualidad. Fue un día de abril de 1545 cuando un indio yanacona llamado Diego Gualpa ascendía la empinada cuesta hacia un santuario ubicado en la cima del cerro. Soplaba el fuerte viento típico de la región por lo que, en cierto momento, para no caer, se aferró a una peña en la que reconoció señas inequívocas de mineral de plata. Contó el suceso a su amo quien examinó el terreno y descubrió cinco vetas extraordinariamente ricas. Como es de imaginar, la noticia cundió y entonces no sólo comenzó la explotación del cerro, sino que en sus inmediaciones, y no obstante la inhóspita aridez del lugar, comenzó a formarse una ciudad que se llamó, también, Potosí, nombre que se transformó en sinónimo de pronta fortuna. Creció velozmente; Carlos V le concedió el título de Villa Imperial y un escudo que lucía la leyenda Tesoro del mundo y envidia de los reyes.
En 1570 recibió la visita del virrey Francisco de Toledo quien al comprobar que la producción de plata se hacía usando métodos primitivos, con el fin de incentivarla convocó a empresarios mineros para proponerles la construcción de molinos hidráulicos destinados a preparar el mineral para el tratamiento con mercurio, método de avanzada recientemente descubierto. Su propuesta fue aceptada y cuatro millonarios hicieron posible una obra de ingeniería sorprendente para el siglo XVI. Consistió en la construcción de un lago para recoger el agua de lluvia, más un sistema de treinta y dos lagos menores, un canal de 16kms. de extensión, dieciocho represas y cientos de molinos.
Al incrementarse la producción la riqueza de Potosí creció a niveles legendarios. Se erigió en la mayor urbe minera del imperio español y contaba con 150.000 habitantes, cifra muy alta para aquellos tiempos, equiparable a la de Madrid, Sevilla y Londres, las tres más populosas urbes europeas. A fines del siglo XVI la ciudad no sólo era la sede de la Casa de la Moneda donde se acuñaba el circulante del Virreinato del Perú, sino que contaba con señoriales mansiones y espléndidas iglesias barrocas. Sus habitantes eran famosos por el lujo ostentoso con que vivían y por su afición a fiestas y diversiones. Baste decir que contaba con catorce salas de baile, treinta y seis casinos a los que concurrían unos ochocientos jugadores profesionales, un teatro y prostíbulos atendidos por ciento veinte prostitutas. A esto hay que sumar la pintoresca y colorida feria popular que se celebraba en la plaza central a la cual concurrían pobladores de toda la comarca, cada uno con su ropa típica, a vender sus productos, uno de ellos las preciadas hojas de coca.
Entre los mercaderes se contaban los provenientes del Tucumán para quienes Potosí era su principal mercado. Llevaban a vender las producciones de su tierra, desde mulas para el trabajo minero, ganado y maderas hasta ropa de la tierra, cuero y miel silvestre recogida de sus selvas subtropicales.
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