En la segunda mitad del siglo XVI, cuando los españoles comenzaron la conquista y colonización del Noroeste argentino, el sur de la provincia de Tucumán -denominado Tucma por los incas- tenía un gran valor geopolítico. En él se unían las montañas por donde corrían los caminos incas a Perú y Chile -los únicos existentes entonces- con la llanura por la cual la expedición de Diego de Rojas había llegado al Río de la Plata, puerta al Océano Atlántico. Por este motivo tres veces los españoles fundaron en la región como punto de apoyo del trayecto Santiago del Estero-Perú, pero sólo la tercera fundación arraigó. Fue San Miguel de Tucumán, fundada en el sitio llamado Ibatín por los indígenas, en la desembocadura del camino natural de la Quebrada del Portugués que unía el sur tucumano con los Valles Calchaquíes.
La ciudad duró 125 años, desde 1565 a 1685, durante los cuales pasó de una etapa de prometedor crecimiento a una de decadencia irremediable. La causa principal de esto fue el surgimiento de un nuevo camino que pasaba por Esteco, ciudad fundada pocos meses después que San Miguel de Tucumán junto al río Salado, en el sur de Salta. Era mucho más cómodo de andar porque corría por terreno llano o moderadamente ondulado evitando el fragoso trayecto por la quebrada y por los valles. Salía de Santiago del Estero y se dirigía al Perú sin pasar por San Miguel de Tucumán en Ibatín, por lo que esta ciudad quedó fuera del movimiento comercial y comenzó a decaer. Esto la obligó a mudarse al sitio que actualmente ocupa, llamado La Toma, para poder sobrevivir. Allí está, pujante, desde hacen 329 años.
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